lunes, 14 de octubre de 2019

Microcuentos 1

Hoy no pienso ir
Como cada mañana el sonido del despertador le recordó que tenía por delante una nueva jornada. Detestaba asistir a clase con ese horroroso uniforme. Asoma la cabeza entre las sábanas y lo vé bien puesto sobre la silla del escritorio. Se levanta sigiloso y como quien no quiere la cosa, coge lo que tiene más a mano y lo tira por la ventana medio abierta por el calor. Sin ese calcetín rojo, nadie le obligará a asistir piensa convencido.

Boicot al amor
Caperucita nerviosa busca dentro de la cómoda. Precisamente hoy que tiene la certeza de su encuentro con el lobo...Por mucho que busqué su calcetín rojo sabe que no puede luchar contra la oposición de la abuelita.

Expansión
Lorena mira con dificultad a través de la ventana. Su pequeño cuerpecito se alarga con el afán de mirar más allá del mundo que la rodea. Los rayos de sol activan su imaginación. Ahora es nube.

Donde me llevan las olas (libre)
En la orilla un pececillo lucha por volver al mar en constante movimiento. En ocasiones, la vida te saca fuera de contexto. Una nueva ola y todo vuelve a su lugar. Respiro tranquila.

Un día abriré la puerta (erótico)
Desde la mirilla sólo veo parte de su cuerpo. Es suficiente para que mis poros se dilaten ampliado los sentidos. Me la imagino con aroma a cereza y labios carnosos de carmín corrido. Pongo mi mano en la manilla fría y mis dedos se tensan. Tras ella, escucho como se cierra su puerta. 

Oscura inconsciencia (noche)
La noche es un derroche de sueños. De viajes al inconsciente que casi no recuerdo por miedo a vivir. 

Naturaleza muerta
¡Capullo!- y no me refiero a las flores. Empedrado tengo el corazón. Lleno de cicatrices por el veneno inyectado de tus violentas caricias. Cada miembro de mi cuerpo desmembrado con el infinito cuidado de un artesano de porcelana llora por el recuerdo de una fantasía. 

Mi querido Monstruo
Querido monstruo, abriste la boca y de una inspiración me metiste dentro. Me convertí en saliva jugosa y densa. Me hubiera gustado ver tu cara al atragantarte, mientras tosías, mientras morías. Ya no me das miedo. 

Fin (terror)
Se apaga la luz. Un grito ahogado. Se enciende la luz. Una mancha roja frente a mí. Camino y resbalo. Se apaga la luz. 

Solidaridad myself
Me miro al espejo y ante mí, miles de ojos que me observan pidiendo ayuda. Acerco mi mano y sigo la línea de mi rostro con cariño. Se apaciguan. 


Hoy me necesito yo (solidario)
-Se generosa. Comparte. No dejes de ayudar a los demás- se repetía mientras se tocaba el pelo andrajoso sentada en su cartón. Su rol de mujer cuidadora se quedó obsoleto al perder a sus hijos. Le enseñaron a ser solidaria con todos menos consigo misma. 

Renacer cada día (primavera)
Un ramo de coloridas flores se agrupan en mi corazón. Me dicen que me quedé en la primavera de la vida, que suerte la mía. Siempre despierto, siempre de día.  

Sus-piros (ellas)
Sus labios carnosos, mirada de gata. Sus piernas largas que nunca se acaban. Su pelo revuelto que cae por la espalda. Su voz melancólica te calma el alma. Todo, es ella. Ni más ni menos, una diosa. 


Cesto de frutas

Me recuerdo de pie delante de la cochambrosa vivienda que habitaba entonces. Una pequeña planta baja que se escondía tras una puerta de madera bastante destartalada y desconchada por el tiempo. Al frente estaba yo, muy tiesa, muy enfada y a la vez, muy digna, mientras con palabras claras y concisas anunciaba a quienes nos habían venido a informar de una denuncia por parte de los vecinos que “algún día sería alguien”. En esos días, estaba convencida que sería entonces, “cuando fuera alguien” que conseguiría me hablaran con respeto y no como era habitual, alto y mal. Las palabras me salieron del alma pero lo más increíble fueron las caras de las dos trabajadoras sociales que se quedaron sin saber qué decir ante tanta ímpetu y pasión. Solucionar, no solucionaban demasiado, pero por lo menos conseguía que escucharan mis quejas y reivindicaciones sobre las muchas injusticias por las que había pasado y aún vivía.   Lo que no sabía entonces era lo serio que era lo que había dicho y  lo profundo que sería ese sentimiento a lo largo de los años. -¿Por cuántas cosas debe pasar un ser humano para llegar a sentirse nadie? ¿Cuándo y cómo conseguiría invertir la ecuación?-. Al decir esas palabras, no se que esperaba que pasaría ahí fuera para sentirme realizada, es decir, “alguien”, cuando hoy sabemos que era dentro donde debía crear, buscar y encontrar. Pero claro, llegamos a este mundo tiernos, con una gran necesidad de recibir amor y protección, pero ¿qué pasa cuando esto no es así, cuando debes aprender a sobrevivir sin ningún referente claro ni constante, sin alguien que te ayude a reafirmar tu estructura emocional y te enseñe situarte en este mundo nuevo para ti?.  Pues que creces sintiéndote sola y parte de tu inconsciente, alguna parte profunda de ti, es muy frágil.  
Con el tiempo, has aprendido a tapar las naranjas podridas de tu cesto emocional con frutas frescas de las nuevas vivencias, pero en el fondo, ahí siguen. Por mucho que queramos esconder su existencia, de vez en cuando, aparece un hedor a algo antiguo que te hace parar. Entonces mueves ficha y consigues que que se transforme en un olor a nuevo. Puede que logres seguir como si nada, pero hasta que tu baúl de los recuerdos no pierda “peso” y  consigas reequilibrar partes olvidadas de estructuras profundas inestables, puede que estemos repitiendo y repitiendo patrones que en ocasiones nos hacen sentir que “aún no somos”. Puede que todo vaya bien hasta que un día, la toma de una pequeña decisión toque una de esas partes más frágiles de nuestro inconsciente dormido y lo haga revivir con tal fuerza que en el afán de hacerse oír, nos sumerja en alguna prueba vital dura, en ocasiones difícil de superar. Y me pregunto  ¿Cuánto dolor puede acumular el alma de un niño?


domingo, 13 de octubre de 2019

Recomponer el alma


Hay personas, que nos hacen falta muchas experiencias vitales para reconocer que un día, en una edad muy temprana, se nos rompió el alma. Puede y todo, que ya llegásemos a este mundo con ella hecha pedacitos y cada una de las experiencias  que decidimos vivir, son una muestra de cada trozo y la suma, crea lo que hoy somos.
Tener una infancia difícil, donde la soledad sustituye al cariño y el cuidado que un niño necesita, no es suficiente para justificar que ya de adulta, sigas sintiendo cierto vacío interno. Con lo has vivido, los buenos y malos momentos, parecía que todo estaba aceptado, pero no, siempre hay situaciones que te recuerdan, te conectan con algunas decisiones o direcciones que tuvimos que tomar simplemente, para poder sobrevivir. Decisiones que te quedan ancladas en lo más profundo y que surgen cuando parece que estás preparada para mirarlas directamente a los ojos y decirles por fin, adiós.  
Para explicar las razones por las que una ha llegado a ciertas conclusiones, no quiero hacerlo en plan victimista, pues es muy fácil culpar de todo al exterior y esperar que te cojan de la mano y te miren con pena, ni tampoco como una super heroína, aunque he sido capaz de sobrevivir manteniendo la cordura a situaciones bastante complicadas.  Tan sólo quiero salir de ese laberinto emocional que me provoca el recuerdo de cada instante que la vida me ha puesta a prueba, sin renunciar a ello, pero sí conseguir aceptarlo sin rabia, sin miedo, sin ese impulso a querer controlarlo todo que me empuja a ser tan dura conmigo misma. Esa mezcla entre la fragilidad y poderío soy yo. Sensibilidad infinita y empuje arrollador. Cuando consigo el equilibrio, realmente soy feliz, en esos momentos necesito bien poco para valorar la vida y ver todo lo bello que nos ofrece. Pero la realidad, es que no estamos solos y que en nuestro círculo más cercano son los otros los que nos muestran con sus actos nuestra propia realidad. Ellos pueden ser el reflejo de lo que realmente somos y poner límite, hoy en día, para mí es difícil. 
Soy la mayor de 4 hermanos. Del segundo hasta hace bien poco no hablaba, lo había dejado olvidado en algún rincón de mi memoria. Tenía 3 años cuando murió. En mi mente veo escenas de los pocos momentos que pude compartir con él. También del día que falleció. Todo fue muy extraño y por primera vez sentí un bloqueo emocional. En esa situación de dolor absoluto, yo no sentía nada, recuerdo mi intento de racionalizar ese momento, y claro que me tuvo que doler, hasta me tuvo que provocar mucho miedo, pues existía la posibilidad de que la próxima fuera yo, nunca sabía como iba a reaccionar mi madre y su mente enferma. Recuerdo como creé una estrategia de supervivencia para no hacerla enfadar, ya que ella, era capaz de pasar de un estado a otro sin previo aviso, ir de la dulzura a la violencia en menos de un suspiro. La necesitaba y le tenía miedo. Fue ahí cuando comencé a sentirme sola, abandonada y en peligro. 
Esta semana he hecho un gran descubrimiento, he podido entender por qué estoy tan apegada a mis hermanos, por qué tengo con ellos las exigencias de una madre y qué relación tiene con todo lo anterior. Cuando nació mi hermana tuve un sentimiento tan fuerte de protección y de amor hacia ese ser diminuto y hermoso que para mí supuso un antes y un después. Lo mismo me pasó con mi hermano pequeño.  Creo que inconscientemente, prometí protegerlos, cuidarlos por encima de todo, incluso por encima de mí misma. Eso me ayudo a sobrevivir, pues igual por mí, no sé si lo hubiera hecho. Esta manera de afrontar una situación,  me recuerda el caso de una amiga que supera una grave enfermedad siendo sus dos hijos la motivación más importante para seguir viva. Así, me convertí en el referente de mis hermanos y aunque lo hice como pude con las herramientas que disponía, durante muchos años y desde muy pequeña, ellos eran mi prioridad. Cuide de mi hermana, de mi hermano y también de mi padre, ya que ese rol de mama gallina le iba estupendo para no asumir responsabilidades. 
En la actualidad, he comenzado de verdad un proceso de autorealización y autodescubrimiento. Como una aprende a base de collejas, ha sido a través de la enfermedad, la cual me ha empujado a intentar descubrir quién soy y qué quiero realmente de la vida. Llegado este punto, es cuando comienzas a hacerte preguntas desde el corazón y te prometes ser sincera contigo misma, no hacerte más trampas al solitario. Ahora ya tienes la baraja y conoces el juego. Las respuestas van surgiendo poco a poco, tampoco tenemos porque saberlo todo, pero sí lo suficiente para encontrar esa paz que tanto anhelo y merezco. Por ello, al descubrir ese apego tan profundo con mis hermanos y el sufrimiento que hay detrás del mismo, he entendido el motivo por el cual siento ante ellos un huracán de sentimientos: rabia, enfado, tristeza, incomprensión, un amor desbordado, etc. que necesito sanar. 
Ha sido muy duro para mí, conectarme con sentimientos tan lejanos pero que condicionan mi vida y mi felicidad. Asimismo, me siento contenta por esta abertura emocional que tanto necesitaba aunque no se muy bien como gestionar, en ello estamos. 

Recomponiendo mi alma...

Conchi Gil



Una chica revoltosa



Marzo del 2016

Me encuentro de pie en la entrada del tanatorio Sancho de Ávila. Por suerte no hay mucha gente. Desde el final del pasillo, veo como se acerca mi hermana menor. Al llegar frente a mí, sin mediar palabra y con cara compungida, me entrega un guante quirúrgico transparente. Dentro, hay dos anillos dorados. 

Al llegar a casa tras los trámites del funeral, lo primero que hago es entrar en mi dormitorio, enciendo la luz, me siento en el borde de la cama y meto la mano en el bolsillo del abrigo. Allí sigue el guante, con ese tacto particular entre suave y pegajoso. Lo saco. Lo abro y miro dentro. Puedo ver una alianza de boda algo desgastada por el paso de los años y otro anillo más ancho con unas iniciales grabadas en letra antigua. Ambos están manchados de sangre. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Me crea un sentimiento contradictorio y los dejo tal como están, dentro del guante, sin lavar. Cualquier muestra de vida es bienvenida. Empiezo a pensar e imagino que será consecuencia de la vía puesta en el hospital en el intento de salvar su vida. En ese momento, esas manchas rojas, pasan a simbolizar su último aliento y no podía acabar con su recuerdo, con un simple jabonazo. Me tumbo en la cama y me vienen imágenes de muchos de los momentos vividos, también las historias que me contaba siendo yo muy pequeña y que hoy, las podía ver pasar por mi cabeza como una película, tan reales como su propia historia. 
Magdalena; así decidieron llamar a la más pequeña de los ocho hijos que tenía la pareja de campesinos navarricos, concretamente del pueblo de Buñuel. Los años treinta para esta familia eran momentos de austeridad pero sin pasar falta alguna. Disponían de tierras donde cultivar buenas alcachofas, el apreciado espárrago y alguna de las hortalizas características de la zona, lo que les dotaba de sustento económico y nunca les faltaba un plato en la mesa. También poseían un pequeño establo donde disponían de un puñado de animales de granja con los que cubrir el resto de necesidades nutricionales diarias: buena carne, leche y huevos. 
Magdalena se crió en el campo, viendo trabajar a su padre todo el día, del amanecer hasta la puesta de sol. Ella, de cara sonrosada y picarona era la niña de sus ojos. El patriarca soñaba con que fuera quien lo cuidase un día de viejo, pero sus deseos iban mal encaminados. La rebeldía invadió el libre espíritu de la moza, que desde muy temprana edad se negó a realizar tareas propias del campo y frecuentemente, para evitarlo, se escondía subida a los árboles frutales o desaparecía caminando por las colinas del desconcertante paisaje de las Bardenas Reales. Ella, la más pequeña, ya pasada la guerra civil, con solo 14 años, quería imitar a sus hermanas mayores y marchar a los pueblos vecinos a prestar sus servicios como doncella en las casas de los mejor posicionados. Eso suponía acceder a un mundo de cultura y conocimientos que le enseñase a observar la vida desde otra perspectiva. 
Semana tras semana, en plena adolescencia, esperaba con ansiedad la llegada del domingo. La vigilia dejaba preparado su mejor vestido al lado de su cama y se dormía tarareando alguna de las melodías que la semana anterior había escuchado tocar a la banda de música. Por la mañana bien temprano, todas las mujeres de su familia irían a misa en la Iglesia de Santa María de Magdalena de Tudela. Para ella, era un lugar especial que le incitaba a pensar que algún día la virgen le ayudaría a cumplir todos sus sueños. Pero lo que más anhelaba, era poder escuchar la banda, que como cada domingo tocaba su repertorio musical en la plaza de los Fueros, dirigida por el maestro Luis Gil Lasheras, conocido y reconocido por sus diversas propuestas en zarzuelas y por promover la música tradicional tudelana. Magdalena amaba la música y todo lo que la rodeaba. Se quedaba prendada mirando al director, viendo cómo agitaba la batuta con ímpetu y decisión y de vez en cuando, éste, mientras dirigía a sus músicos y viendo la cara embelesada de la muchacha pegada a la barandilla del quiosco, le guiñaba un ojo con media sonrisa. Ella se ruborizaba y la fina piel de su cara se tornaba rojo amapola. Su corazón latía fuerte, tan fuerte, que sus latidos casi podían formar parte de la pieza musical. Así pasaba la hora que duraba el concierto, flotando entre notas. Cuando llegaba el momento de regresar a casa lo hacía con honda tristeza, le gustaba el ambiente de Tudela, la gente con sus trajes modernos y hermosos sombreros. Observaba en la plaza el ir y venir de hombres y mujeres, los niños corriendo, maquinando juegos y travesuras. De mientras, su madre aprovechaba para relacionarse con otras mujeres de su misma condición, a las cuales se les intuía en la piel el duro trabajo diario pero a la vez, se las veía satisfechas, plenas por haber sido capaces de cumplir su función fundamental como madres de familia. Magdalena la quería, aunque no tanto como a su padre que la colmaba disimuladamente de cariños y entendía en cierta manera, su inquietud por la vida. 
El tiempo iba pasando y la moza se contentaba con poder mirar muy de cerca, desde casa, el hermoso paisaje de las Bardenas Reales. Tan diferente al verde de los cultivos, con ese color ocre tipo desierto, era del todo hermoso. Estaba convencida, que no existía paisaje tan bonito en todo el mundo, por lo menos, en el mundo que ella imaginaba. Pero aún así, nada la persuadía a abandonar la idea de un día marchar, ni siquiera el alto amor que sentía por su padre. Aunque sí que le dificultaba el cumplir su deseo. 
Llegada la primavera de 1941, dos de sus hermanas se habían ido a probar suerte a Barcelona. A través de las monjas carmelitas las habían colocado en una casa de una familia burguesa y según contaban en sus cartas, era un trabajo entregado a jornada completa pero mucho menos duro que labrar el campo. Ya en ese momento, su padre se entristeció mucho y estuvo varios días sin probar bocado. Finalmente, no le quedó otra que aceptar que las cosas estaban cambiando y que, si realmente quería poder dar un futuro próspero a sus hijas, debía dejarlas ir. 
Poco después, a Magdalena le salió la oportunidad de trabajar como sirvienta en una casa tudelana. Su madre le dio la noticia el último domingo de mayo. Por lo visto, la esposa del director de orquesta necesitaba ayuda para poder realizar sus quehaceres y cuidar de su última hija. Al enterarse, la muchacha, no se lo podía creer e intentó disimular su alegría. -En casa del director de orquesta, eso sí que era una buena noticia -pensó para sus adentros. A sus 16 años tenía un cuerpo bien formado y esbelto, era una moza guapa y altiva que llamaba la atención de los hombres más mayores por sus formas y saber estar, lo que facilitaba el poder acceder a este tipo de trabajos. 
El primer mes de trabajo fue difícil. Adaptarse al carácter de la señora era más que cansado. Su humor cambiante y seco le hacía acostarse más de un día llorando. Por suerte, estaba el maestro Gil que siempre que podía le hacía sonreír. 
Con el paso de los días se fue adaptando y aprendió a consolarse con tener el privilegio de poder escuchar los ensayos del señor mientras escribía sus nuevas partituras. El cual, alguna vez la había encontrado escondida detrás de la puerta escuchando atenta cada una de las notas. Ante este descubrimiento él, con cara de verdadero interés le decía -¿Te gusta?- y Magdalena afirmaba sin dejar de mirarlo. Había una canción que se repetía sin cesar una y otra vez. Era alegre, de aire festivo. Un día de esos que la sorprendió escuchando, la hizo pasar a la habitación, sentarse en una silla y escuchar toda la melodía. Sin mirarla le dijo: -¿Y si te dijera que la he escrito para ti?-. En esos momentos, Magdalena creyó en la virgen y tuvo la sensación que su sueño se había hecho realidad. A su joven edad estaba tan segura. Continuó diciendo, -Tu pasión hacia las notas de mi música han sido la alegría de mi día a día. A esta canción la llamaré “La revoltosa” y será símbolo de cómo se mueve mi corazón ante tu presencia, al igual que yo intuyo que se mueve el tuyo con mi música.-
Allí comenzó una historia prohibida que cambió la vida de mi abuela. Tumbada en mi cama imagino lo difícil que sería para ambos el aguantar la incomprensión y la crítica de la sociedad de esos tiempos. Una chica de 17 años con un hombre treinta años mayor que ella. La imposibilidad de conseguir un divorcio y con ello, consumar su matrimonio de forma legal. Pero también veo la fortaleza de las convicciones y del propio amor. Hoy con esos anillos en mi mano, símbolo de un amor real. Un amor que inspiró el nacer de una canción que cada año la bailan cientos de personas danzando alrededor del quiosco de la plaza de los Fueros de Tudela y, en ella, desde el mayor de los secretos, representa el latir de dos corazones creando un torbellino de sentimientos. Porque a las personas si hay algo que nos mueve, es la música; si hay algo que nos mueve, es el amor. 

Conchi Gil