lunes, 14 de octubre de 2019

Cesto de frutas

Me recuerdo de pie delante de la cochambrosa vivienda que habitaba entonces. Una pequeña planta baja que se escondía tras una puerta de madera bastante destartalada y desconchada por el tiempo. Al frente estaba yo, muy tiesa, muy enfada y a la vez, muy digna, mientras con palabras claras y concisas anunciaba a quienes nos habían venido a informar de una denuncia por parte de los vecinos que “algún día sería alguien”. En esos días, estaba convencida que sería entonces, “cuando fuera alguien” que conseguiría me hablaran con respeto y no como era habitual, alto y mal. Las palabras me salieron del alma pero lo más increíble fueron las caras de las dos trabajadoras sociales que se quedaron sin saber qué decir ante tanta ímpetu y pasión. Solucionar, no solucionaban demasiado, pero por lo menos conseguía que escucharan mis quejas y reivindicaciones sobre las muchas injusticias por las que había pasado y aún vivía.   Lo que no sabía entonces era lo serio que era lo que había dicho y  lo profundo que sería ese sentimiento a lo largo de los años. -¿Por cuántas cosas debe pasar un ser humano para llegar a sentirse nadie? ¿Cuándo y cómo conseguiría invertir la ecuación?-. Al decir esas palabras, no se que esperaba que pasaría ahí fuera para sentirme realizada, es decir, “alguien”, cuando hoy sabemos que era dentro donde debía crear, buscar y encontrar. Pero claro, llegamos a este mundo tiernos, con una gran necesidad de recibir amor y protección, pero ¿qué pasa cuando esto no es así, cuando debes aprender a sobrevivir sin ningún referente claro ni constante, sin alguien que te ayude a reafirmar tu estructura emocional y te enseñe situarte en este mundo nuevo para ti?.  Pues que creces sintiéndote sola y parte de tu inconsciente, alguna parte profunda de ti, es muy frágil.  
Con el tiempo, has aprendido a tapar las naranjas podridas de tu cesto emocional con frutas frescas de las nuevas vivencias, pero en el fondo, ahí siguen. Por mucho que queramos esconder su existencia, de vez en cuando, aparece un hedor a algo antiguo que te hace parar. Entonces mueves ficha y consigues que que se transforme en un olor a nuevo. Puede que logres seguir como si nada, pero hasta que tu baúl de los recuerdos no pierda “peso” y  consigas reequilibrar partes olvidadas de estructuras profundas inestables, puede que estemos repitiendo y repitiendo patrones que en ocasiones nos hacen sentir que “aún no somos”. Puede que todo vaya bien hasta que un día, la toma de una pequeña decisión toque una de esas partes más frágiles de nuestro inconsciente dormido y lo haga revivir con tal fuerza que en el afán de hacerse oír, nos sumerja en alguna prueba vital dura, en ocasiones difícil de superar. Y me pregunto  ¿Cuánto dolor puede acumular el alma de un niño?


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