lunes, 29 de mayo de 2017

Vacío maternal

Cada vez que sus pulmones amenazan con dar el último suspiro, Helena huye aterrada hacia el pasillo del hospital. No puede soportar ser testigo de esa última muestra de vida. Suficiente duro es observar su cuerpecito consumido ahí tumbado. Desde que la sedaron y la muerte ronda cerca, ni siquiera es capaz de agarrar su mano. La situación la desborda. Jamás ha perdido a nadie. Jamás a una madre. Y aunque hacía mucho tiempo que la sentía lejos, no era lo mismo. Ya nunca escucharía esa voz alegre y a la vez, distorsionada que tanto la había hecho enfadar. Ahí fuera de la habitación, apoyada en una de esas paredes color crema, su cabeza da vueltas intentando encontrar algún recuerdo dulce con el que apaciguar el difícil momento, pero su alma está muy dolida. Por ahora, por antes.
Al poco, de la habitación también sale quien le dará la noticia. No hacen falta palabras, en su cara una expresión rígida como una diapositiva. De los ojos de Helena brotan lágrimas infinitas y en su pecho surge una emoción de desahogo al dejar fluir gritos escondidos.
-Ya descansa en paz- le dicen, y no sabe muy bien por qué, pero no le consuela. Quizás porque ella está muy viva y para vivir hay que olvidar, hay que superar y sabe que le queda un largo camino aceptando ese vacío. 

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